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Temporada de pitayas

Texto: Erick M. de la Barrera

Fotografías/Ilustraciones: Marcos Vinagrillo

Publicada el domingo 14 de mayo de 2023 en la columna Crónicas del Antropoceno en el periódico EL INFORMADOR

Mayo 15, 2023

De cara al cambio climático, las pitayas también nos pueden ayudar a vislumbrar un futuro optimista de la comida.

La época de calor, que este año ha sido particularmente severa, no solo invita a irse los fines de semana a Villa Corona o a San Juan Cosalá. También es la época en la que el pitayo (el cactus llamado Stenocereus queretaroensis por los botánicos) nos ofrece sus frutas deliciosas de tonos brillantes y atractivos de rojo, violeta, rosa mexicano y amarillo.

Además de endulzarnos la primavera, la temporada de pitayas brinda oportunidades para reflexionar sobre el origen de los alimentos y nuestra relación con la naturaleza. Por ejemplo, ¿te has preguntado de dónde traen las verduras y frutas que compras en el tianguis o el supermercado y cuál es el impacto ambiental de su producción?

El desmonte para establecer parcelas de cultivo, el uso descuidado de agroquímicos y el transporte contribuyen a elevar la huella ambiental de la comida. Pero debido a que el pitayo evolucionó en suelos relativamente pobres y expuesto a varios meses de sequía, su cultivo y aprovechamiento son posibles con muy pocos insumos—aunque ciertamente mejora su rendimiento con riego y fertilización. Así, el costo ambiental de las pitayas se restringe casi exclusivamente a su transporte. Y aún así, como se producen casi exclusivamente en Jalisco, sobre todo en Techaluta, Amacueca, Zacoalco y cerca de Autlán, la cantidad de gases de efecto invernadero que se emite durante su transporte a la Zona Metropolitana de Guadalajara es mínima.

De cara al cambio climático, las pitayas también nos pueden ayudar a vislumbrar un futuro optimista de la comida. A pesar de que distintos modelos atmosféricos anticipan que la lluvia necesaria para la producción agrícola disminuirá a lo largo de este siglo, en México se utilizan distintas plantas que ya están adaptadas a la aridez. Este es, precisamente, el caso del pitayo y de cerca de una veintena de cactáceas columnares distribuidas a lo largo del país, desde el saguaro en Sonora, hasta los chendes y chichipes de la parte árida del sur de Puebla. Así, el estudio de estas y otras plantas útiles de zonas áridas, como los nopales, verdolagas y otros quelites, guamúchiles, ciruela amarilla, etc., sin duda ayudará al desarrollo de formas de cultivo que sean al mismo tiempo amables con el ambiente y tolerantes al cambio climático.

El pensar en estas plantas de consumo estacional muy local también nos permite reflexionar sobre nuestro rol en la naturaleza. Aunque en las ciudades nos pensamos como algo ajeno a la naturaleza, en realidad tanto nosotros, como nuestra comida somos parte de ella.

Por lo pronto, aprovechemos este domingo para ir por pitayas y, si queda espacio, por un tejuino.

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