Los poetas, los paisajes y las ciencias
Texto: Juan Nepote
Fotografías/Ilustraciones: Maqui Ruiz
Publicada el domingo 21 de enero de 2024 en la columna Crónicas del Antropoceno en el periódico EL INFORMADOR.
Enero 22, 2024
Desde el Museo de Ciencias Ambientales queremos recordarlos hoy. Gracias al talento y la generosidad de ambos.
Inteligente, exacto, sensible, José Emilio Pacheco representa una de las mayores cumbres literarias: comenzó a publicar sus textos a los 19 años de edad y por más de medio siglo mantuvo activa su entrañable voz a través de poemas, cuentos, novelas, crónicas, ensayos, solapas, traducciones. Ejerció todos los oficios literarios posibles y por ello recibió, sobre todo hacia el final de su vida, los más importantes reconocimientos literarios en el mundo hispanoparlante. Pacheco conocía muy bien el poder de la literatura, como nos enseñó en su Introducción al psicoanálisis: “Don Segismundo Freud, / tras arduo estudio,/ descubrió lo que al otro le costó un verso:/ el delito es haber nacido.” Y mucho antes de que los científicos inventaran el Antropoceno, él ya nos había descubierto el impacto de las personas en la desolación urbana en versos como los de Malpaís: “Sólo nos dimos cuenta de que existían las montañas/ cuando el polvo del lago muerto,/ los desechos fabriles, la ponzoña/ de incesantes millones de vehículos/ y la mierda arrojada a la intemperie/ por muchos más millones de excluidos,/ bajaron el telón irrespirable/ y ya no hubo montañas”. Investigador siempre insatisfecho, buscó en la literatura la solución a los principales problemas de su época: en su amplísima obra nos describe el paisaje urbano como un atentísimo naturalista del siglo XXI.
Inteligente, exacta, sensible, Cristina Pacheco ejerció otra forma del arte poético, la entrevista, como casi nadie más lo ha logrado: durante casi medio siglo, primero en su programa Aquí nos tocó vivir y después en Conversando con Cristina Pacheco, organizó una cita televisiva para que todos escucháramos a pintores, fontaneros, amas de casa, novelistas, arquitectas, choferes, deportistas… para todas las personas tenía tiempo y atención: “Escuchar es un trabajo artesanal. Hay que dejar venir las circunstancias. Hay que confiar plenamente en el otro. Conversar es un enamoramiento momentáneo. No debe haber dolo. El que habla y el que escucha se dan sendas confianzas, se descubren mutuamente. Por eso detesto las grabadoras”, confesó alguna vez: “Las palabras son los barcos que me llevarán a todos los mundos que no voy a conocer”.
Hace poco menos de 10 años murió José Emilio Pacheco; hace poco más de 1 mes murió Cristina Pacheco, y desde el Museo de Ciencias Ambientales queremos recordarlos hoy. Gracias al talento y la generosidad de ambos, pudimos crear el Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco, un sitio de confluencias entre literatura, ciudades, naturaleza y ciencia, al cual convocamos cada año, alternando los géneros de cuento y poesía. Este Museo -como ha dicho su director, Eduardo Santana Castellón- encuentra un manantial de inspiración en los versos de Alta traición para promover cierta ética en construcción por la naturaleza, por la ciudad y por las personas.
Cuando, hacia 2016, presentamos públicamente la primera convocatoria de este Premio, Cristina Pacheco declaró: “Me siento feliz de tener un pretexto para hablar de él, no lo hago con frecuencia porque sé que la emoción es difícil de controlar. José Emilio adoraba las ciudades. Para él eran un laberinto, una magia, un escondite, un juegue, una especie de ‘otro yo’ que le dedicaba muchos de sus poemas”, hoy esa conversación está todavía más vigente.