DE MI VIDA, SU MUERTE
Texto: Marcos Vinagrillo
Fotografías/Ilustraciones: @elchubi_
Publicada el domingo 3 de noviembre de 2024 en la columna Crónicas del Antropoceno en el periódico EL INFORMADOR.
Noviembre 4, 2024
Así como declarar un lugar como nuestro hogar le da orden a la inmensidad del espacio, el rito nos permite darle orden a la inmensidad del tiempo.
Para que tú vivas muchos deben morir, y aunque cierto, es algo que no solemos
cuestionarnos al picar cebolla o hervir frijoles y ciertamente poco nos interesan los
antiguos amores de un filete de pescado o los conflictos del pasado de una torta ahogada.
Pero así es, cada ingrediente del pozole tuvo vida, y su caza, cultivo, crianza, cocina y
comida conforman una marcha fúnebre que irónicamente nos da la vida.
Quizá esta sea la razón por la que el altar mexicano del Día de los Muertos es una
performance del comer juntos, pues qué está más vivo y muerto a la vez sino el alimento
(alguien póngale una ofrenda a Schrödinger por cierto). Pero es tan diversa la cocina y tan
subjetivo el valor de la comida, que cada ofrenda se convierte en un museo, (y quizá cada
museo sea una ofrenda también), una colección de símbolos organizados con una
intención muy personal y que al menos por un instante, aun en el rincón más arbitrario del
universo, nos permite reconocer y explorar un pedazo de la realidad, en este caso aquello
sobre la muerte.
De cierta forma, esa exhibición tan temporal como el cempasúchil, hace visibles,
legítimas, sagradas y espectaculares, todas las muertes que fundamentan nuestra vida, a
la par que nos proyecta en ese retrato familiar que algún día vamos a sumar.
En el imaginario mexa, la vida de les Homo sapiens puede ser resumida en ciertos
elementos fundamentales, curiosamente muy relevantes en toda la saga del Antropoceno:
agua, sal, fuego, pan, licor, flor, papel e imagen. Pero si la lógica y la técnica parecieran
“desarrollar” al mundo, ¿why de rito? ¿Qué hay en la ofrenda, en el arte, en el paisaje,
que no alcanza a cuantificarse? ¿Por qué aún hacemos ofrendas y altares? Pues justo en
un museo de Antropología, leí la cédula de una ofrenda fúnebre que bellamente
explicaba:
“Así como declarar un lugar como nuestro hogar le da orden a la inmensidad del espacio,
el rito nos permite darle orden a la inmensidad del tiempo”.
Creamos ritos para uniones y separaciones, para cumpleaños y graduaciones, hasta para
decidirse a terminar de ver Game of Thrones (y odiar el final), el rito es la manera cómo
distinguimos el antes del después y damos un sentido al tiempo e incluso cambiamos con
él. Pero segundos, minutos, años y épocas, son todas construcciones humanas para
ordenar las temporadas de este manga y sentir un avance con el espejismo de que
primero la vida y después la muerte. Pero la verdad es que morimos todo el tiempo,
millones de células e ideas perecen para crecer en cuerpo y pensamiento, incluso quizá
seamos más muerte acumulada que vida propia.
Al final cada quien decide qué venerar de su tiempo, pero para mí un altar de muertos no
es esa versión trumpista de una aduana celestial donde ni la abuela Coco conseguiría su
Green Card espiritual. Es en cambio, la hermosa ironía de la vida reconociendo,
valorando y agradeciendo en el presente la belleza de su muerte.
Vives conmigo Amir