Conflictos y esperanza
Texto: José Toral
Fotografías/Ilustraciones: Luisa González
Publicada el domingo 24 de agosto de 2025 en la columna Crónicas del Antropoceno en el periódico EL INFORMADOR.
Agosto 25, 2024
Personas que en colectivo construyen nuevas formas de vivir, de pensar, de resistir frente a la destrucción de sus parques, bosques, lagos, ríos, cerros y la vida misma, de forma creativa, con ternura y desde abajo.

¿Cómo tener esperanza? Si cada día comprobamos la destrucción de los ecosistemas que sostienen la vida en nuestro planeta. Si vemos más y más evidencias científicas de la extinción masiva de especies, la devastación de bosques, selvas y océanos, la contaminación del aire, agua y tierra.
En el Observatorio sobre Conflictos Socioambientales y Defensa de Activistas hemos encontrado una fuente de esperanza justamente ahí, en los conflictos. Aunque suene paradójico, en esta organización de estudiantes y docentes del Departamento de Sociología, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, agradecemos los conflictos.
Por conflictos socioambientales entendemos aquellas disputas políticas y públicas ligadas con el acceso y control de los bienes naturales y el territorio. No celebremos las disputas, ni el desequilibrio de poder que suele existir en ellas, donde la ciudadanía, los pueblos y las personas afectadas están en desventaja frente al poder económico y político que despoja los bienes naturales en detrimento de la mayoría: pero sí agradecemos los conflictos, porque visibilizan problemas que es urgente atender como sociedad, y hemos encontrado una fuente de esperanza en las acciones de quienes defienden el territorio.
Un ejemplo concreto. El pasado mes de junio, el Comité en Defensa del Bosque El Nixticuil celebró 20 años de existencia. Han pasado dos décadas desde la mañana del 2005 en que un grupo de mujeres, vecinas de la colonia El Tigre II, salieron de sus casas junto a sus familias para poner el cuerpo y detener la maquinaria que desde la noche anterior derribaba cientos de árboles para construir viviendas en esta zona forestal del norte de la ciudad, en Zapopan.
Desde entonces se han multiplicado los fraccionamientos, cotos y torres habitacionales que ahorcan uno de los bosques primarios más importantes del área metropolitana, junto con los animales, plantas, arroyos y beneficios que obtenemos de este ecosistema, como la recarga de acuíferos y la limpieza del aire. Pero también se han multiplicado los esfuerzos del Comité por defender el bosque.
Han aprendido a combatir incendios forestales, a reproducir robles y otras especies de árboles y plantas nativas para restaurar el territorio, a documentar y defender legalmente el ecosistema e impulsaron la declaratoria de Área Natural Protegida de mil 591.39 hectáreas que siguen en peligro de desaparecer y que no abarcaron la totalidad del bosque, por lo que exigen su ampliación.
En medio de la lucha de resistencia también han creado y fortalecido lazos de amistad y amor, redes de conocimiento y aprendizaje, vínculos con otros pueblos, colectivos, científicos, periodistas y personas que coinciden en que vale más un bosque que el enriquecimiento de unos cuantos.
Hemos encontrado historias similares en las decenas de conflictos socioambientales que hemos observado y acompañado en la región: personas que en colectivo construyen nuevas formas de vivir, de pensar, de resistir frente a la destrucción de sus parques, bosques, lagos, ríos, cerros y la vida misma, de forma creativa, con ternura y desde abajo.
En medio del conflicto, encontramos la semilla de la esperanza.
